lunes, 26 de octubre de 2009

Conversaciones con mi padre: Unidades Militares de Apoyo a la Población



“Las verdades hay que repetirlas muchas veces
para que no caigan, pobres de ellas, en el olvido.”
Jose Saramago, Ensayo sobre la lucidez


Durante mi reciente estancia en Cuba, mi padre pudo, finalmente, conocer este fenómeno tecnológico llamado “blog” y leer los artículos que he ido publicando en el mío propio. Sus críticas y sugerencias fueron duras pero llenas de orgullo y aprobación… y de ganas de hablar.
- Quiero hacerte una historia – me dijo y se llevó la uña del dedo gordo a los dientes como hace siempre que se reconcentra en sus recuerdos –. Cuando la Revolución triunfó en 1959 yo tenía más o menos 24 años.  A mi alrededor la gente hablaba solo de una cosa: construir un nuevo país donde los pobres ya no serían pobres, donde las injusticias serían eliminadas, donde todos seríamos iguales y tendríamos un bocado seguro y médicos y educación… Fidel y los barbudos… no se hablaba de otra cosa. No voy a negarte que yo también simpaticé con aquella idea de ver a Batista fuera de juego y de que finalmente se hiciera realidad la sociedad que había soñado Martí: una sociedad “con todos y para el bien de todos”. Sin embargo, muy pronto comprendí que en nuestra ansia de cambio estábamos convirtiendo a hombres en dioses y aceptando sus decisiones sin pensar … casi sin darnos cuenta pasamos de querer justicia y comida a ser un rebaño obediente que asaltaba las calles con euforia y arremetía contra todo lo que pareciera diferente.  No se me quitaba de la mente el proverbio latín que Víctor Hugo usara en “Nuestra Señora de París” para referirse al vandalismo desatado en Francia a raíz de la revolución de 1879 “Tempus edax, homo edacior" algo así como «El tiempo es ciego; el hombre, estúpido». Entonces decidí que yo no quería seguir a aquella turba. Quería pensar y ser con libertad… sencillamente. Me convertí en un lobo solitario, un bicho raro que se negaba a pertenecer a los CDR, a participar en las movilizaciones domingueras o en los actos de repudio contra aquellos que emigraban a los Estados Unidos. Nunca pensé, quizás ingenuamente, que algo podría pasarme por asumir semejante posición. ¿Cómo podía pasarme algo? ¿No eran aquellos barbudos los que traerían la paz y la justicia y la prosperidad a nuestro pueblo? ¿No estábamos construyendo un país para todos? – sus ojos me interpolaron haciéndome comprender que durante años se había hecho esas mismas preguntas con desesperación - Hacia 1966 – continuó- me llegó a la casa una citación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Debía ir preparado con dos o tres mudas de ropa y utensilios de aseo personal. En un abrir y cerrar de ojos me ví montado en un tren rumbo a Camagüey rodeado de hombres armados, vestidos de verde olivo y, de otros muchos jóvenes que, como yo, no sabían a donde íbamos ni por qué estábamos allí: nos sentíamos  inquietos y el miedo se nos reflejaba en los rostros. Nos llevaron a una especie de campamento agrícola. Ellos les llamaban unidades militares, a mí me parecían grandes cárceles. El oficial que nos recibió nos explicó cuán deshonrosa era nuestra conducta, cómo habíamos traicionado a nuestra patria y a nuestros compatriotas. Eramos, según él, unos escorias y estábamos allí porque la Revolución, en su inmensa benevolencia, nos iba a enderezar. Allí aprenderíamos verdaderamente a ser hombres… porque nosotros no lo éramos. 


Esa noche dormimos en el piso mientras nuestros estómagos nos recordaban que habíamos cenado un vaso de agua con azúcar y que nos sentíamos humillados, abusados y asustados. Un año entero nos tuvieron allí, casi incomunicados, rodeados de oficiales que portaban amenazadoras bayonetas, sometidos a duro trabajo físico... quisiera ahorrrarte los detalles, pero quiero que los publiques. Lo que más me dolía era el abuso moral. Solo se respetaba una cosa: la ideología de la Revolución. Todo lo que ellos consideraban que se apartaba de esa ideología, las creencias religiosas, la homosexualidad, el libre pensamiento, el pelo largo, todo lo que no llevara barba y gritara “¡Viva Fidel!” era objeto de mofa y escarnio. Hubo palizas, abusos, ví jovenzuelos ir todas las noches a aquellas hamacas sucias que teníamos por cama, llorando y suplicando regresar a sus casas; hombres que pensaban en el suicidio y guardias que se enorgullecían de su obra y se pensaban héroes al servicio de un fin muy superior: la Revolución - suspiró… ya no me miraba, se miraba a sí mismo y a los que junto a el habían protagonizado los episodios terribles que me contaba -. Como para que nada de aquello se me fuera a olvidar nunca, la zafra me dejó otro recuerdo – y se levantó el pantalón para enseñarme la cicatriz que le cruzaba la parte anterior de la pierna y que yo conocía bien. - Nos liberaron un año después. Al llegar a casa me dí un buen baño y salí a dar una vuelta por el vecindario: necesitaba pensarme como un hombre libre y me encontré con un pueblo que ya no lo era. Comprobé entonces que me quedaban pocos amigos, que algunos murmuraban que yo era homosexual y que los rostros que me encontraban hacían un esfuerzo por parecerse los unos a los otros ... para que no les fueran a tachar de diferentes o de escoria. A partir de ese momento un miedo silencioso se me instauró en el cuerpo. Seguí diciendo lo que pensaba, seguí sin ir a las reuniones de los CDR pero lograron que me alistara en las MTT. Lograron que los dejara hacer mientras yo me concentraba en mi propia vida y en mi familia. Hoy veo que el rebaño obediente sigue siendo obediente y lo comprendo… vivimos en una sociedad de miedo y para olvidarlo nos concentramos en las mil y una peripecias que tenemos que hacer diariamente para poner un plato de comida en la mesa. No culpo a nadie y no quiero que tú lo hagas tampoco. Somos un pueblo bueno y valiente pero hemos perdido el camino…

Y no dijo más. Hizo desaparecer mis lágrimas esbozando esa sonrisa suya maliciosa y divina a la vez y luego me dejó a solas con mi computadora para que hiciera lo que sé y puedo hacer, escribir; y me convirtiera así en su voz ante el mundo.

1 comentarios:

aserecubano dijo...

Alejandra me ha gustado muchísimo este post, que pedazo de vivencia.
saludos.

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