En el año 2003, en una cueva baracoense, un grupo de arqueólogos dirigidos por el profesor Roberto Orduñez Fernández encontró un esqueleto humano sorprendentemente completo. Se trataba de un hombre de aproximadamente 40 años, perteneciente a la cultura taína, que murió a causa de una fractura en la frente y fue enterrado con honores propios de un jefe aborigen. Todas estas características encajan perfectamente con los datos biográficos conocidos acerca del cacique Guamá, líder de la primera guerra cubana. Científicamente hablando aún es necesario datar la fecha de la muerte de este individuo para confirmar tan atrevida hipótesis. Si falleció después del año 1500 entonces se podrá tener la casi certeza de que se trata de Guamá pues en ese momento era el único jefe indio vivo que le hacía resistencia a los colonizadores españoles.
Como no soy arqueóloga, me puedo quedar tranquilamente con la hipótesis que más me guste. Para mí, ciertamente, el cadáver pertenece a Guamá quien, como un padre protector, venció incluso el obstáculo de la muerte y el tiempo para recordarnos que venimos de una raza digna que luchó a brazo partido por su libertad, que soñó con expulsar de su tierra a aquellos que la esclavizaban y que no se amedrentó ante la superioridad numérica y tecnológica del invasor. ¡Aji aya bombe! Parece susurrar este cadáver atormentado por las cadenas que aún arrastra su isla. ¡Aji aya bombe! Pareciera que nos quiere obligar a decir, zarandearnos hasta hacernos repetir con fuerza ¡AJI AYA BOMBE!
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