Después de un año regreso a Berlín. El aire frío y seco penetra mis fosas nasales descongestionándolas por completo y regalándome el aroma dulzón de los dulces navideños, el glühwein y los perfumes elegantes. Las nubes grises, avanzada de la noche prematura, se me acercan, casi me besan. La organización obsesiva me tiende la mano asegurándome que todo sucederá como se espera. Las cabezas erguidas de los berlineses, de los alemanes en general, su sentido de orgullosa posesión de la ciudad despierta una vez más mi admiración… admiración que pudiera ser, si rebusco bien, hasta un poco de envidia. Siento que he llegado a mi segundo hogar.
Recorro AlexanderPlatz, la misma plaza que un día fuera el emblema orgulloso del socialismo alemán y que hoy me muestra centros comerciales de ensueño, turistas de todos los rincones y gente que expresa libre y tranquilamente su forma de pensar, sea la que sea. Recorro Karl Marx Alle, entro a la estación de Schillingstrasse y tomo el U5 en dirección a Hönow. Me bajo en Samaritestrasse para recorrer aquellas calles tan cercanas al que fue mi apartamento durante dos años. Entro a las múltiples tiendecitas donde puedo comprar artículos varios por unos pocos euros. No puedo resistirme a la tentación de comprarme alguna baratija pero termino reservándome para las Galerías Kaufhof o Alexa.
Encamino mis pasos hacia Warschauerstrasse y me paseo un rato por la East Side Gallery. Hace solo 20 años estos muros que hoy exhiben inofensivos graffitis, dividían al pueblo alemán en función de ideologías que ellos no habían escogido. Aquí hubo lágrimas y muerte y locura como los hay hoy en los casi 150 kilómetros de agua salada que dividen a Cuba y Estados Unidos. Sueño con el día que mi patria también vea caer las murallas invisibles que la encierran.
Recorro AlexanderPlatz, la misma plaza que un día fuera el emblema orgulloso del socialismo alemán y que hoy me muestra centros comerciales de ensueño, turistas de todos los rincones y gente que expresa libre y tranquilamente su forma de pensar, sea la que sea. Recorro Karl Marx Alle, entro a la estación de Schillingstrasse y tomo el U5 en dirección a Hönow. Me bajo en Samaritestrasse para recorrer aquellas calles tan cercanas al que fue mi apartamento durante dos años. Entro a las múltiples tiendecitas donde puedo comprar artículos varios por unos pocos euros. No puedo resistirme a la tentación de comprarme alguna baratija pero termino reservándome para las Galerías Kaufhof o Alexa.
Encamino mis pasos hacia Warschauerstrasse y me paseo un rato por la East Side Gallery. Hace solo 20 años estos muros que hoy exhiben inofensivos graffitis, dividían al pueblo alemán en función de ideologías que ellos no habían escogido. Aquí hubo lágrimas y muerte y locura como los hay hoy en los casi 150 kilómetros de agua salada que dividen a Cuba y Estados Unidos. Sueño con el día que mi patria también vea caer las murallas invisibles que la encierran.
Las nubes grises continúan esforzándose en rozarme los cabellos y traer la noche. Disfruto ese momento de semioscuridad y seca frialdad. Me invade la nostalgia. Recorrí muchas veces estas calles. Las recorrí amando, las recorrí llorando, las recorrí tiritando de frío o eufórica por los sueños que construía. Las recorrí, las viví, las hice mías y ellas se me entregaron con una sonrisa de novia enamorada. Ich bin eine Berlinerin auch (Yo también soy berlinesa).